lunes, 17 de marzo de 2008

La compañía

Ella no lograba entender en qué momento se había vuelto imprescindible, desde cuando le dolía su cariño, su compañía, sus abrazos. En qué momento había cruzado la línea y por qué era ella la única que estaba a ese otro lado. Pero había sucedido sin que nada cambiara y sin nada que hacer. Cómo era posible querer a alguien sin quererle. Como en tantas cosas, no encontraba la respuesta y se resistía a creerlo.

Un día él se fue y ella se quedó paseando sola por las calles medievales de esa ciudad del frío. Sin intuirlo, sin saber como le dolía la soledad, él se marcho y siguió queriéndola como hasta entonces, sin cruzar límites. Ella calló y pasó el tiempo, sin atraverse a pronunciar todo lo que le pasaba por la cabeza, sin preguntar siquiera. Volaron. Buscándose sin encontrarse más allá de las fronteras impuestas mucho tiempo antes.

Se escaparon los días y los veranos. Ella se empeñó en la felicidad y pasaron los nubarrones y todo fue tomando forma y dejó de añorar su compañía, distraida como estaba por otras manos que calentaban las suyas, en la ciudad medieval del frío. Dejó de preguntarse si estaban fingiendo, quiso creer que no lo hacían, estuvo segura. Olvidó todo.

Una tarde se encontraron. Años después de vuelta a la ciudad del frío. Bajaba por la calle Compañía con el mismo aire ausente de siempre y al estrecharle contra ella supo que aún le dolían todos las palabras escondidas, la vida posible. Sonrieron con la complicidad de los días en blanco y negro y tomaron un café. Hablaron pero ninguno dijo nada y cuando llegó el momento de la despedida, ella hizo balance, queriendo convencerse de que entre todas las vidas posibles la elegida había sido la mejor.

- He sido feliz
- Yo también, mucho.

Pero ninguno supo explicarse, cuando se despidieron aquella tarde, por qué si aquello era verdad, y lo era, dolía tanto la compañía.

*****

...robando
(soñando)
miradas y silencios en el tren

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, sí, la campañía a veces duele más que su ausencia.

Bonita del Norte dijo...

es triste... es un amor cobarde... si ayer fue el valiente hoy es el cobarde, el que se escapa pr no saber enfrentarse... el que nunca se acaba y duele más y más... el latente, el que stá ahí esperando un momento de debilidad...

Gemma dijo...

Estupendo relato, María. ¡Y cuánta razón tienes!: una compañía puede llegar a doler tanto que, al cabo, prefiramos evitarla.

Triste, la vida.

Avan dijo...

¿La compañía duele?... más bien les recuerda lo que verdaderamente les duele ¿No?

Estupendo relato María.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas