martes, 8 de abril de 2008

Huellas sobre la arena


Toda la Meseta y toda la Castilla que recorren mi sangre y mi árbol genealógico me han hecho amiga del amarillo, de los campos lisos de horizonte eterno, de los atardeceres rosas en carreteras sin fin, como sin fin parecían aquellos largos veranos de la infancia. Por eso, quizá, porque la sangre siempre tira, añoro los inviernos fríos, esas manos que se quedan congeladas y sueñan con un buen consomé, con el calor de un brasero de cisco. Por eso, quizá, aprecio la lluvia, tan escasa, cuando llega, pero me aburro pronto si no sale el sol, ese sol perfecto de enero que no calienta, pero brilla y brilla y brilla.

Quizá la Meseta, y los veranos castellanos, y las iglesias de piedra, y las espigas de trigo, me han hecho inmune a la nostalgia marina, que tienen siempre aquellos que han nacido oyendo el susurro de las olas. Nunca echo de menos el mar, porque no recorre mi historia, ni mi sangre, ni la de mis antepasados, pero lo cierto, y cada vez más cierto, es que cuando veo el mar, que como los campos de cebada tampoco tiene fin, y huelo la sal, y siento la arena colándose entre los dedos, algo se me remueve dentro y se me llenan las ganas.

(Pero de vuelta a Madrid, lo que me falta no es el mar)
Tal vez el viento.
Los perros chapoteando felices en la orilla.
La marea que sube y arrastra y renueva y vuelve a su punto de partida.
Todas las ganas de poesía que se me aparecen viendo el cielo besar el agua.
Y sobre todo...
las huellas que dejo sobre la arena,
para que

me sigas,
para que

me encuentres.

Pero nadie sigue mis pasos y en Madrid no hay playas, ni campos de trigo por los que seguir abandonando huellas.
Y así nos pasa.
Que no nos encontramos.

10 comentarios:

AROAMD dijo...

yo creo que, si te buscara una tarde, por madrid, sabría encontrarte
porque hay huellas sin forma de pie
que se dejan
para siempre
en algunas personas

qué lindo post
qué bien que salga la sobriedad de castilla de esta forma tan bella
que frío hace en tu pueblo, ahora que me acuerdo lo poco que dio de sí mi abrigo rojo
cuando estuvimos en aquel descampado buscando formas en el cielo

Anónimo dijo...

Yo soy de las que se crió con los susurros del mar y qué trabajo cuesta oir, oler, sentir el mar tan de tarde en tarde...
Para mí casi que se trata de una necesidad biológica importante que, difícilmente, v oy superando día a día...
Guapa, muchos besos

María a rayas dijo...

arou...no duele tanto tu descanso del blog si vas regalando comentarios así, tan bonicos...aaay...y sí...hay que reivindicar Castilla que aunque sobria, es intensa y bella.

Noelia, lo mismo un día Gallardón, con tanto túnel de la M-30 y tanto Manzanares nos descubre un Madridterráneo de horizonte eterno bajo la ciudad vertical...habrá que tener esperanza (y paciencia)...
gracias por la visita!!!

Anabel Rodríguez dijo...

Entiendo lo que dices, todos sentimos esa adoración por nuestras raices, por lo que nos corre por la sangre. El verde, el tostado, dorado y amarillo son parte de nosotros, y lo echamos de menos, se nos alegra el alma según nos acercamos de nuevo a nuestro hogar.
Fíjate, acabo de darme cuenta, de que aquí, en este mundo virtual, también vas dejando tus huellas, y nosotros las seguimos.

david dijo...

Yo estoy de acuerdo con lo que dice la tía esa que ha respondido la primera, ¿Ainhoa, se llamaba? Bueno, empezaba por A, no sé.

Lo comparto casi todo, por castellano viejísimo, generaciones y generaciones de tierra de secano dejan su poso y su forma en la genética. Y por eso para mí el mar es sobre todo algo incomprensible y extraño. Me pasa algo con eso, cuando estoy ahí, frente a un oleaje tremendo, siempre me digo que cómo puedo vivir sin eso, pero luego me voy y pienso que cómo podría sentirlo así si viviese con eso.

Y para seguir rastros, te hacen falta dos cosas, primero, ver Lost con un cuadernito de notas y tomar apuntes de Locke, y segundo, aprender de los perros, que siempre nos quedará el olfato, o trascenderlos, que hay olfatos que no tienen nada que ver con las narices.

Anónimo dijo...

Ya sabes, querida María, debajo de los adoquines está también el mar... y lo mismo alguien persigue tu rastro hasta abrirse paso en plena Castellana...
Parece que te dura la nostalgia de mi ciudad...¿eh? Es que Gijón, hija, es lo que tiene. Ahora mismo, mientras te escribo, el mar está alborotado y las olas tienen mucha espuma. En la arena mojada, alguien ha dejado unas huellas.

María a rayas dijo...

bruja roja...han dejado unas huellas? en la playa de San Lorenzo? quizá soy yo la que debo seguirlas (y no dejarlas para que me sigan...)mmm, tendré que reflexionar sobre ello...

y si, como dice Anab, voy dejándolas en nuestro mundo virtual...qué bien...porque aquí no hay viento que las borre...(en tal caso virus informáticos cabroncetes...)

David de mala memoria y nariz de pinocho...exactamente eso me pasa a mí...que cuando veo el mar lo disfruto y me encanta, pero cuando dejo de verlo se me olvida...

por cierto...pienso resistir al efecto LOST!!!!

Gemma dijo...

Precioso el texto, María. ¿Dices que nadie sigue tus huellas?

A lo mejor las sigue y permanece oculto... aún.
Y si no es así, ya las seguirán, mujer, o ya las seguirás tú, que me parece que se te da bien eso de andar siguiendo la pista y tomando aviones...

Yo pienso seguirlas.
Beso

SBM dijo...

MARÍA ¡cómo escribes puñetera!, ¡qué razón tenía Anab en recomendarme, una y otra vez, que visitase tu página.

Joseba M. dijo...

Esto es muy hermoso y si yo fuera como es debido, sería capaz de aconsejarte cosas como que hay muchos modos de depositar un rastro para que te encuentren, más allá de inmensidades de espigas y de rumbos de sal que se adelgazan en las orillas de cualquier hermoso mar. Sería capaz de mencionarte, sotto voce, que sé de rastros de cerezas en ese frío atávico que tanto añoras, que en algún lugar alguien también dispuso un rastro de nubes y que alguien fue capaz de interpretarlo...
pero no soy como debiera y doy malísimos consejos y no te voy a servir de mucho. Pero lo mismo te aseguro que esto que escribes es lindísimo y que, pues eso...
Gracias.

Cuento a la vista

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La parte niña del vestido a rayas