
Nos quedamos a oscuras tras la tormenta. Esas cosas ya no pasan ahora. Pasaban antes pero ahora no. Nos pilla desprevenidas. Nos asomamos a la calle. Las farolas apagadas, riachuelos de agua por el asfalto, Hortaleza al fondo iluminada. Pero nosotros no. Nosotros estamos a oscuras. Se ha perdido a mi pesar el encanto. No tenemos Internet pero podemos ver una serie mientras dura el apagón. Casi ni nos damos cuenta. Sólo cuando el ordenador anuncia que se agota la batería nos miramos con pavor. ¿Y ahora qué? Se consumen las velas y yo me siento más que nunca esclava de la electricidad.
A oscuras podríamos hacer tantas cosas...
Subidas a nuestro sofá blanco podríamos imaginar cocodrilos salvajes que tratan de devorarnos mientras nosotras, guerrilleras incansables, luchamos por mantenernos a flote. Subidas a nuestro sofá blanco me inventaría alguna historia de amor trágico con final inevitable y retrasaríamos el momento, también inevitable, de a oscuras, irnos a la cama.
Pero no dio tiempo. La luz regresó antes de que se consumiera la última vela. Abrí mi correo con ansia, alguien se abalanzó hacia el teléfono fijo, encendimos todas las luces.
Volvimos al siglo XXI.
Y la oscuridad, desapareció para siempre.