lunes, 4 de octubre de 2010

el agujero


Al otro lado de la ventana los árboles amarillean, la arena del parque, fría como la de la playa a primera hora, espera las manos calientes de los niños al salir de la escuela. Alguien pasea un perro, brilla el sol. A este lado una página en blanco, unos tacones que me hacen sentir insegura, un revoltijo en el estómago y ninguna gana de llorar. Estoy perdiendo las buenas costumbres.

En medio del parque veo un agujero. Si me asomo corro el riesgo de caerme pero si no lo hago me quedaré con las ganas de saber. Y quiero saberlo. Pero el miedo me paraliza, los tacones, el revoltijo. Olvidé pintarme los labios. Así que salgo corriendo en otra dirección.

Y llego al río. Me desvanezco en lo alto del puente mientras abajo los barcos sin turistas contaminan las aguas del Spree. Deberían prohibirlos, le digo al aire y el aire no me contesta y se convierte en viento y todas las hojas amarillas de este otoño incipiente me revolotean. Tiro los tacones al río. Quien los quiere. Yo no. Me hacen sentir frágil, insegura, pequeña. Me dan vértigo.

Vuelvo a casa. El agujero sigue intacto en medio del parque. Lo veo desde el otro lado de mi ventana donde la página en blanco sigue arañándome las palabras.

Prometo asomarme la próxima vez.
Lo prometo.

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