lunes, 11 de octubre de 2010

Encuentros

Es curiosa la sensación de invierno en mis manos frías. Paseo por las calles empedradas con las manos metidas en los bolsillos, el gorro calado hasta los ojos y las solapas de mi abrigo levantadas. Llevo los labios pintados y al verme reflejada de perfil en la ventana de un edificio de la Weserstr. sé por qué siempre salgo con ellos así. Tienen el mismo efecto en mi que en otras ponerse una minifalda o calzar tacones altos. Pongo morritos porque vista así, con ese sombrero años veinte, los labios púrpura y mi abrigo entallado parezco más un personaje de película francesa que yo misma.

Camino pensando en los encuentros fortuitos, con la sensación de que mi decisión de deambular por una o por otra calle será vital para que ocurra. Debo haber elegido mal porque esta tarde no me crucé con ninguna cara conocida. Sería demasiado.

Ayer me lancé al sol del domingo y me fui a curiosear en el mercado de Boxhagener Platz. Buscaba un candelabro para poner las velas que enciendo cada vez que escribo pero encontré muchas más cosas. Un libro de Erich Kästner que leí entusiasmada en español hace un año y que compré en alemán por 2, 50. Un montón de muebles con tufo moderno y super setentero que me hicieron tener ganas de una casa aquí, de amueblarla con toda esa basura comunista. Unos guantes de boxeo (otra vez, los mercadillos están llenos de boxeadores fracasados) y un par de máquinas de escribir que miré con la devoción que heredé de un amor malogrado. Luego le encontré a él.

Justo cuando cambié de opinión y de dirección. Decisión acertada porque ahí estaba él, como si no hubieran pasado los años. Con los mismos ojos profundos y melancólicos, el mismo acento dulzón del río de la plata. Me contó que acababa de llegar después de ir, después de volver, despues de volver a ir y volver a volver. Nos pusimos al día sentados sobre el césped de Boxi y prometimos tomarnos una cerveza con calma alguna tarde de este otoño berlinés. Me escapé con la bicicleta y sobrevolé el puente de Oberbaumbrücke. Cerré los ojos temeraria de mí en la bajada para sentir el viento en la cara y llegué a casa pensando que hay casi tanto de mi en esta ciudad como lo que hay de ella en mi.

Y fue una sensación bonita.

7 comentarios:

alicia dijo...

Parece que coincidimos hablando de encuentros inesperados. Todos los encuentros lo son y nos asaltan el corazón.
Un abrazo del otro lado de la esquina

Álvaro Dorian Gray dijo...

fue una simple y sencilla sensación pero, qué carajo, una grandísima sensación, ¿no?
Como mola, me encanta...
saludos y salud

María a rayas dijo...

es verdad Alicia...aunque los tuyos son bastante más insólitos que los míos...;-)

Álvaro...quizá lo bonito de los encuentros es lo inesperado...te sacude y no puede dejarte indiferente (para bien o para mal) Me gusta que te encante!!

un abrazo a los dos!

conde-duque dijo...

A mí también me ha gustado mucho... No conozco ese Rastro berlinés. Recuerdo un mercadillo domingueros de libros usados debajo de un puente de trenes cerca de la isla de los museos.
Da gusto estar donde uno tiene que estar, en su lugar, como tú en Berlín. Entonces todo sale bien. Se te ve fenomenal.
Besos.

conde-duque dijo...

"dominguero" quería decir, es tut mir Leid

gemotilia dijo...

Podriamos trazar la vida por las coincidencias que hemos tenido en ella

María a rayas dijo...

Conde Duqe, este mercadillo está en Friedrichshaim, tiene de todo:desde ropa a muebles, cachivaches, libros, bicis, dvds...vamos todo...¿se me ve bien? Si, lo estoy...

Gema,se podría trazar también por las no coincidencias, por los encuentros que nunca tuvimos...

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas